⏱️ Tiempo de lectura: 3 minutos
1992, mi papá conducía un Crown Victoria blanco, enorme como los autos americanos de antes, con asientos tapizados en terciopelo azul y un aroma inconfundible a limpio, cuero y cassettes viejos.
Aquel automóvil entraba en la cochera de la casa con la precisión de un bailarín retirado: sabiendo cada rincón, cada centímetro que podía ocupar sin incomodar.
Me gustaba sentarme detrás de él, observar por la ventana cómo el mundo se deslizaba lento, mientras la música llenaba el habitáculo como un perfume invisible.
En uno de esos recorridos sin urgencia ni destino, sonó por primera vez una canción que no entendí, pero que, de algún modo, resonaba en mí.
Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo...
que de amor y dolor alivia el tiempo.
Las guitarras parecían acariciar el aire, y tres voces suaves, templadas por el tiempo y el amor, recitaban versos que hablaban de sentir y su paso por los relojes del alma.
Aquel amor a quien amé a destiempo
martirizóme tanto y tanto tiempo
que no sentí jamás correr el tiempo,
tan acremente como en ese tiempo.
Yo no sabía aún qué significaban esas palabras, pero sentí que eran importantes, como los secretos que las mujeres mayores se dicen al oído y que una niña escucha sin comprender, sabiendo que un día les encontrará sentido.
Muchos años después, supe que aquel poema había sido escrito por Renato Leduc, un hombre hecho de tinta, humor ácido y desafíos perdidos.
Decían que había sido periodista, telegrafista, poeta, y que en una noche de apuestas y vanidades con sus amigos, se jugó su ego con una frase imposible:
“Hay que darle tiempo al tiempo”.
La palabra “tiempo” no tiene consonante, no rima, no se deja domar.
Él perdió la apuesta.
Pero esa misma noche, herido de amor propio y ebrio de palabras, Leduc escribió el poema que daría origen a una de las canciones más hermosas que he escuchado jamás.
Una oda a al amor, a lo posible, a soñar en grande.
Amar queriendo como en otro tiempo
—ignoraba yo aún que el tiempo es oro—
cuánto tiempo perdí —ay— cuánto tiempo.
Y hoy, cuando los años han pasado y los amores también, descubro, en la testarudez de este hombre, uno de los usos más hermosos que alguien le ha podido dar a las palabras.
Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
amor de aquellos tiempos, cómo añoro
la dicha inicua de perder el tiempo...
💫 ¿Te gustó esta nota?
Entonces tal vez necesites leer Armonía Vital.
Porque a veces, lo más vital, también se aprende a tiempo.
📤 Compartir este post:
📘
🐦
💼
📱
✈️
📸 ¿Lo vas a compartir en Instagram? Usa la frase que más te haya tocado y nómbrala como testimonio.
— Macu.Kitschmacu